A la izquierda, una carretilla con un caja de cartón y un bote de pintura. Un poco más allá, una camilla con una sábana hecha un revoltijo. A la derecha, un mueble de acero con un cadáver envuelto en un sudario de plástico o papel, no se aprecia. Tampoco si el cadáver corresponde a hombre o mujer, a anciano o niño, pues está precintado, para evitar reclamaciones.
La imagen procede del hospital Puerta de Hierro, de Majadahonda, Madrid, gestionado por Esperanza Aguirre, que privatiza lo que cae en sus manos con una furia obsesiva. No la detiene nada. A veces, en medio de la noche, apenas cubierta con un camisón que tiene algo de mortaja, abandona la cama y sale a privatizar con el gesto extraviado y la melena al viento. Privatiza con la saña con la que un demente hace ganchillo o un necrófilo excava tumbas. Es sabido que cuando se privatizan 1.000 euros, alguien se va a cenar con ellos, pero cuando se privatiza a un difunto, se le coloca junto a la basura.
En Madrid, el relato de la sanidad pública de toda la vida ha sido sustituido por una antología de cuentos de terror. Cada día nos despertamos con una nueva historia protagonizada por Esperanza Aguirre o por su sicario (él se llama a si mismo Consejero) Juan José Güemes. Tenemos relatos de terror de anestesistas y relatos de terror de ginecólogos y relatos de terror de cardiólogos y relatos de terror de forenses, entre otros. Cuando Aguirre se cansa de privatizar la Sanidad, privatiza la Enseñanza, a la que ha dejado en cueros. Pero su sueño es ser presidenta del Gobierno para privatizar España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario